lunes, 16 de abril de 2012

"El jugador de ahora no se quiere ensuciar la ropa"


Diony Guerra sigue levantándose bien temprano cada mañana. Ya no lo hace para entrenar, desde hace años dejó el fútbol profesional y ahora se lanza al mar en busca de Lebranches y Liras con los que se gana la vida. En sus días de futbolista, la pesca era un pasatiempo que, por necesidad, se convirtió en el sustento familiar. "Por mi mala cabeza derroché mucha plata. No la supe administrar. Yo debería tener un trabajo mejor", contó desde su casa en Puerto La Cruz.
Una y otra, según Guerra, no se parecen. "Son dos cosas muy distintas", aunque mantengan la similitud de obligarlo a madrugar. En alta mar se pasan noches enteras, recordando los tiempos en los que aseguró haber ganado 10 títulos. "Creo que nadie tiene tantos títulos, ¿tú sabes de alguno?". La cuenta la hace con tres en el Caracas, otros más en el Maracaibo, uno en Minervén, Chacao, Táchira y uno más con Trujillanos. "Todos los disfruté, todos los gocé, todos me los tomé".
Su carrera se puede rearmar a partir de sus hijos. La primera, Rosmauri, la tuvo en Valencia, su segundo equipo. Luego se casó con una chilena de nombre Jimena y tuvo a Darío Sebastián, quien nació en Concepción mientras jugaba en Chile en la única experiencia que tuvo fuera del país. Regresó y tuvo a Denisse en Maracaibo, adonde llegó luego de pasar por unos cuantos equipos. El último retoño llegó ya en el retiro, Dana, de apenas dos meses.
Entre hijos y goles, Guerra aseguró haberse "mamado como 20 pretemporadas. ¿Sabes cuántos kilómetros corrí entre todas? Eso era lo más duro porque no es como ahora que hay trabajos más avanzados y corren menos". Eran tiempos en los que el delantero se abría paso entre goles y festejos bien particulares. Una vez bailó el Pirulino como a novela Pedro el Escamoso, en otra oportunidad se sacó el zapato e hizo como si llamara por teléfono. "Una vez no quería dar entrevistas en Táchira y me guardaba un tirro en la licra y cuando salía de la cancha me lo ponía". Era parte de una rutina que ya tenía asumida.
"Yo me preparaba casi tanto para entrenar como para las celebraciones. Yo creo que uno tenía que tener carisma, entusiasmo, la gente quería ver algo más que un gol. A mi me decían loco, y está bien". Lo que no le agrada tanto es sentir que nadie ha continuado ese legado. "Yo veo ahora a los jugadores y nada, no celebran. Cuando meten gol se abrazan y ya". Una señal de que las cosas han cambiado.
"El jugador de antes lo llevaba más en la sangre, ahora ganan fortunas pero nunca se quieren ensuciar la ropa. Yo sí me ensuciaba, corría, sudaba por la camiseta que tuviera en ese momento. Yo no quería perder ni en el fútbol tenis que hacíamos, y así debe ser, uno tiene que llevar el fútbol en la sangre y sudar la camisa". La frase la llevó al hecho al explicar que ese sudor lo derrama todavía en partidos de veteranos, en los que llega a reunir a varios nombres ilustres como Tiburón Márquez o Patón González. "Llevamos dos años y medio invictos", apunta, aún orgulloso de sus logros. Aunque la época y la trascendencia sean distintas a las que vivió en su carrera.
Ahora cuando la pesca, las parrillas que organiza y los partidos de veteranos le dejan, se acerca a ver algún partido del torneo local. "Tampoco es que me gusta mucho. Yo creo que me retiré muy temprano, a veces jugando veteranos me ven y me dicen que aún tendría para seguir jugando pero no, qué va, no aguanto otra pretemporada más".

*Nota publicada en El Nacional, el 16/04/2012. La foto pertenece al Archivo fotográfico de El Nacional

No hay comentarios:

Publicar un comentario