martes, 21 de mayo de 2013

Maceira es el primero que va a dormir



"Epa chamo, ¿tu no eres el del sombrerito?", le preguntaron a Eduardo Maceira hace unos días. El volante de la selección Sub 17 cuenta la anécdota y mira hacia el piso con pena, la misma que, asegura, sintió cuando lo reconocieron por una jugada que realizó en el Suramericano mientras estaba en el gimnasio al que siempre ha ido.
"¡Claro que sí, tu eres el número ocho!", le comentó otra persona y él lo cuenta con la misma verguenza. Ya sin la armadura vinotinto, el mediocampista no es más que otro estudiante del cuarto año de ciencias del caraqueño Colegio Los Arcos y eso es algo que no parece incomodarle.
Camina por los pasillos del colegio con una chemise marrón, en los cuales encuentra algún niño que le comenta a otro: "Ese es el que clasificó al Mundial". En la cantina, sin embargo, siguen cobrándole al día cada consumo, por lo que Maceira no se preocupa y trata de retomar su vida en el mismo punto que la dejó antes de jugar el Suramericano.
"Nunca me creo más que nadie", afirma el jugador, aficionado por la matemática y quien asegura llevar promedio de 16 en su boleta. Según sus compañeros de clase, es de los que cada gran torneo compra su album de barajitas y trata de llenarlo. De los que se reúne con sus amigos a jugar Playstation aunque rara vez le ven celebrando.
Pese a su esfuerzo por mantener el mismo orden, durante el mismo Suramericano Maceira comenzó a ver que algo estaba cambiando. Cuando encendía su teléfono celular recibía entre 400 y 500 mensajes de entre familiares y amigos. "En serio, no exagero", reafirma sobre la cifra. "Sólo una vez lo vi creerse gran cosa, después que tenía seis meses en el Real Esppor y ya era el mejor de su equipo pese a que era el menor. Ahí lo agarré, le dije cuatro cosas y listo", asegura Bernardo Jurado, vecino del mediocampista y amigo de su familia.
Desde la cuna. Los primeros recuerdos de Maceira y el fútbol fueron sobre las piernas de su padre, Reinaldo, graduado de ingeniero civil, quien le ponía frente al televisor para ver los partidos del Real Madrid, del que es fanático. Desde los cuatro años de edad comenzó a jugar.
La foto familiar la completa su hermano Daniel, dos años menor, y su madre Claudia Galarraga, prima del lanzador Armando Galarraga. "Siempre fue un jugador distinto", asegura Jemmyl Lamprea, su entrenador entre los ocho y los 10 años de edad.
"Era muy inteligente para jugar aunque le costaba sacrificarse, me alegra ver que ha mejorado eso", prosiguió el entrenador.
Desde pequeño, Maceira recuerda haber jugado como un volante de primera línea con salida y una buena cuota de gol. "Un día jugábamos contra el Centro Ítalo y él solo desenredó el partido con tres goles", recordó Ernesto De Lemos, compañero del mediocampista desde preescolar. Como esa historia hay varias.El sombrerito con el que generó el gol de Andrés Ponce contra Uruguay y por el que le reconocieron en la calle era algo que ya había practicado."Cada año hacía tres o cuatro de esos", aseguró Omar Serrano, otro de sus compañeros en el equipo del colegio.
Pese a que sus allegados le destacan como dueño de un talento por encima del promedio, la cualidad que todos le destacan es la perseverancia. Mientras sus amigos ocupaban las noches de los viernes, Maceira descansaba. "Lo recuerdo más de un partido reclamando que era el único que estaba corriendo, y tenía razón, muchas veces era así", explica Jurado.
"No faltaba a un solo entrenamiento, eso es algo que no tiene casi nadie", agregó Serrano, quien recuerda más de una fiesta a la que su amigo prefirió no ir.
Con esa mezcla de capacidad y dedicación, el joven jugador disfruta del primer logro de su incipiente carrera con la clasificación al Mundial. Aunque este fanático de Cristiano Ronaldo y de Tomás Rincón prefiere seguir pasando desapercibido en la calle, jugando playstation con sus amigos y escuchando reguetón.
Las noches de los viernes, promete, seguirán siendo para descansar y prepararse para los partidos de los sábados. La fórmula le ha dado resultados y no tiene motivos para cambiarla. Aunque es el alumno más famoso de su colegio, él no tiene problemas en pagar cada vez que pide algo en la cantina.

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