Una de las cosas que más le costó a Noel Sanvicente a la
hora de convertirse en entrenador fue marcar distancia con tipos con los que
hasta hacía unos meses compartía vestuario. Una tarde a finales de 2002,
Caracas le ofreció sustituir a Rafa Santana al ex jugador, quien acumulaba experiencia
con el filial del cuadro rojo. "Lo habló muy claro, me dijo que eramos
amigos pero que ya no podíamos hacernos las mismas bromas pesadas de antes. A
los dos nos costó, incluso discutimos, era un cambio fuerte", recordó
David McIntosh, miembro de aquel Caracas de la temporada 2002-03, el primero
que dirigió Sanvicente y con el que sumó la primera de las seis estrellas que
lo convirtieron el domingo en el entrenador más ganador del fútbol venezolano.
A Sanvicente le tocó dirigir el barco -que también tenía a
Stalin Rivas y Ederlei Pereira, entre otras figuras- durante las últimas fechas
del Apertura, el cual le ganaron a Italchacao al derrotarlo en la última
jornada. Tras ese éxito, la directiva roja le extendió la confianza para
dirigir el Clausura. "Mi aprendizaje y mis conocimientos se los debo a la
familia Valentiner. Esa etapa con ellos fue una escuela", rememoró
Sanvicente sobre su primera estrella. La sexta en ese momento del Caracas, en
la cual tuvieron que derrotar al Unión Atlético Maracaibo en la final.
"Siempre tuvo su carácter, cuando tiene que darte
confianza te la da pero cuando tiene que meterte en la línea lo hace",
asegura Diony Guerra, autor de dos goles en el partido del título. "A ese
partido sólo fueron las esposas de los jugadores", rememoró como anécdota
el DT.
Enseñanzas.
En
sus años en el Caracas, Sanvicente convivió con varios de los mejores
entrenadores de la época y con Guillermo Valentiner, el estricto presidente del
equipo, con quien siempre guardó una gran empatía. Desde pequeño, el actual
entrenador de Zamora mostraba una actitud apegada a sus principios.
"Siempre le gustó irse a jugar fútbol pero nunca se escapó, siempre pedía
permiso", recuerda María Sanvicente, la madre del estratega. Esa rigidez,
según el propio guayanés, es una de las razones que explican su
éxito."¿Qué soy duro? Sí, pero mira como los jugadores me quieren. Aquí no
hay secretos, lo que hay es un método", sostiene con firmeza.
"Nadie me va a cambiar mi manera de trabajar". No
obstante, ha sido el mismo entrenador quien se ha ablandado ligeramente eso con
el tiempo. "Hoy es más cercano con los jugadores", afirma Dario
Figueroa, quien conquistó dos títulos con él en Caracas y ahora uno en el
Zamora.
Junto a la disciplina, Sanvicente es un aficionado al
trabajo. "Cuando llegamos a Barinas, él quería trabajar día y noche y le
dije que parara, que tenía que darle tiempo al equipo para que
reaccionara", recuerda Bismary de Sanvicente, su esposa, quien ya no se
sorprende de encontrarse a su esposo estudiando videos o repasando jugadas en
la casa.
Otro rostro.
En su hogar, el guayanés ya no es el tipo con cara de bravo
que ven sus jugadores. "Si lo vieras por un huequito no crees que es
él", asegura su esposa. "En la casa es un payaso, yo lo veo serio y
me da risa porque sé que en la casa no es así. Cuando estamos juntos, somos
nosotros los que decidimos lo que va a hacer".
En Barinas, Sanvicente ya no contaba con los Rivas, Guerra
con los que ganó su primer título o los Castellin, Rojas o Mea Vitali que le
ayudaron en algunos de los siguientes, sin embargo, eso lo que hizo fue
reforzar sus ideales. "Tenemos un lápiz para cambiar la historia", le
dijo a sus jugadores Sanvicente, quien es descrito por su esposa como un
soñador.
Entre aquella final contra el Maracaibo y la del domingo
frente al Anzoátegui, el guayanés se convirtió en el entrenador con más títulos
en la historia del torneo venezolano y superó a leyendas de la dirección
técnica como Orlando Fantoni o Walter Roque. "Esa cuenta se la dejo a
ustedes los periodistas, yo me siento joven para seguir trabajando. No quiero un trofeo para tenerlo en una vitrina",
respondió Sanvicente. "Hoy celebrará, pero mañana ya empezará a trabajar
para ganar la séptima estrella", afirmó Figueroa.
Antes de comenzar a planificar la próxima estrella, el
entrenador se refugiará en su familia, será el padre desordenado que cuenta su
esposa, quien recorta y guarda cada artículo de periódico que sale sobre él en
un gran archivo. Acompañará a su hijo Noel Alejandro a sus entrenamientos y a
su hija Valeria a lo que ella decida hacer. Les intentará reponer el tiempo que
pasó este año dedicado a Zamora y comerá su plato preferido: el pollo guisado
de su mamá.
Ahí sí que se siente realmente campeón Sanvicente.